Las revelaciones de Ana Catalina tienen la virtud de avivar el alma adormecida, suscitar deseos de perfección, estimular el amor por las cosas sobrenaturales y despejar el corazón obstruido con tantos años de errores, supersticiones y viscosidades inaprensibles. La vidente y Monja estigmatizada nos habla del Paraíso, del Purgatorio y del Infierno con más exactitud que Dante en la Divina Comedia; nos relata la caída de Adán y Eva con más ciencia que Milton en el Paraíso Perdido; nos descubre las artimañas del diablo con más sentido que Goethe en Fausto; nos muestra la vileza del corazón humano con más realidad que Víctor Hugo en los Miserables; nos presenta un análisis del alma, más atormentador que el de las obras de Dostojeski; y nos deleita con más dulzura y emoción que los mejores poemas pastoriles y novelas idílicas de todos los tiempos.
